Yakarta Movistar Plus+: Los perdedores | Deportes

Gay Talese prefería escribir sobre perdedores que sobre ganadores. Los deportes, decía Talese, van de gente que pierde, pierde y pierde, no de autómatas de la precisión. Así escribió una de las mejores semblanzas del periodismo, no solo del deportivo: la del boxeador Floyd Patterson, un ganador que tuvo la suerte (mala o buena, según se mire) de coincidir en el tiempo con Sonny Liston y Muhammad Ali. “Es fácil hacer cualquier cosa en la victoria”, dijo una vez Patterson, “es en la derrota que un hombre se revela a sí mismo”. En el retrato de Patterson que escribió Talese, y que apareció publicado en la revista Esquire en 1964, el boxeador le contó cómo solía guardar en su mochila una barba postiza, un bigote, un sombrero y unas gafas, y cómo cuando perdía se los enfundaba para que nadie lo reconociese por la calle. Temía más a la vergüenza que a los golpes.
Me acordé de Patterson viendo la magnífica serie Yakarta. El protagonista de Yakarta es Joserra, interpretado descomunalmente por Javier Cámara, un tipo dejado, achacoso, otrora competidor de bádminton en los Juegos Olímpicos de Barcelona. Joserra es ahora un profesor de gimnasia frustrado que sueña con encontrar a la próxima estrella del bádminton que lo lleve hasta Yakarta. Y en ese viaje a ninguna parte por deportivos municipales, bares de carretera y hoteles de dos camas individuales con brocados primitivos, se encuentra con Mar, un talento en ciernes, interpretada por una estupenda Carla Quílez. Pero detrás de la fachada de Joserra, detrás de la historia aparentemente simple de un perdedor más de extrarradio, se encuentra el flagelo del abuso infantil en del deporte y de sus inexorables secuelas.
“En el deporte infantil van surgiendo cosas de las que no éramos conscientes cuando yo era niño, ahora somos más conscientes de que hay dinámicas entre entrenadores y sus pupilos que pueden marcar para toda la vida a nivel moral y ético. Normalmente pensamos que en las aulas, en las asignaturas nobles y reconocidas, está la educación de la gente joven, pero creo que en los gimnasios y terrenos de juego, en las pequeñas dinámicas del deporte, se esconden valores éticos que nos van a perseguir más que una lección de geografía”, decía en este periódico Diego San José, creador de la serie. Lo más siniestro de esas dinámicas de abuso es que nunca caducan, se convierten en un poderosísimo narrador interno.
En los últimos años hemos conocido relatos desgarradores sobre el abuso físico, sexual o emocional que han sufrido algunos deportistas cuando eran menores de edad a manos de sus entrenadores, y cómo las mismas instituciones creadas para protegerlos fracasaron estrepitosamente en su trabajo. El deporte simplemente brindaba acceso masivo a niñas y niños sin ninguna estructura de protección o, peor aún, con estructuras deliberadas de silenciamiento.
Esa coreografía del silencio se cuela en Yakarta a través del bádminton, un deporte que, pese a Carolina Marín, conserva el aura de gimnasio parroquial con humedades en los techos. En Yakarta el bádminton actúa como metáfora: la de la aceptación de la derrota para salir adelante. Aceptar la derrota no es romantizarla, no por cobardía, sino por precisión de la realidad. La cuestión es que la mayoría de nosotros somos perdedores en algún punto: imperfectos, inadecuados, injustos, parciales, incluso un poco farsantes.
Mi momento favorito de la serie es cuando Joserra se encuentra con otro perdedor en uno de esos salones impersonales de los hoteles. Es un imitador de Julio Iglesias que le invita a una copa mientras le canturrea parte de Me olvidé de vivir: “De tanto querer ser en todo el primero/ Me olvidé de vivir/ Los detalles pequeños”.
