Las horas más bajas de un icono del capitalismo popular en España | Mercados Financieros
Para uno de los valores con más solera del mercado español, la de ayer fue una jornada que quedará marcada en los registros: la caída del 13,1% supera los desplomes de la quiebra de Lehman Brothers, en octubre de 2008, o de la crisis del fondo LTCM 20 años antes o del 11-S, y solo encuentra parangón, con los datos disponibles, en el fatídico marzo de 2020, cuando se dejó el 14% con la llegada de la pandemia a Europa, y el día después del referéndum del Brexit (-16,1%), en julio de 2016. El mercado estaba preparado para pasar un mal trago ante una empresa cuya coyuntura no tiene solución fácil, pero el veredicto ha sido durísimo. Sobre todo para los 1,2 millones de accionistas (según datos de la compañía recopilados por BME) de una empresa que, en un día, han visto cómo sus perspectivas de dividendo se recortan a la mitad y la acción se ha desplomado. “Ha sido un cálculo imprudente sobre el pulso de sus propios accionistas”, indica un gestor de fondos. “Tocar el dividendo en una empresa donde la retribución al inversor es poco menos que una línea vital es un error con consecuencias. El objetivo de ahorrar 800 millones de euros anuales palidece ante la realidad: en un solo día, la compañía ha perdido más de 3.000 millones de su capitalización”.
En el mercado español Telefónica no es una acción cualquiera; al contrario, se trata de un valor icónico, sin el que no se puede entender la inversión de los particulares en la Bolsa española, el llamado capitalismo popular. En las primeras etapas del desarrollismo franquista, allá por los años 60, José Luis López Vázquez informaba a su mujer, Matilde, de la compra de telefónicas. Las acciones pasaron a denominarse matildes en el argot bursátil español, y a mediados de década la empresa tenía 100.000 pequeños accionistas. En 1988, bajo el Gobierno de Felipe González, el Estado empezó a desaparecer de su accionariado, proceso que culminaría en 1997 (antes de que la SEPI volviera a entrar el año pasado). Aquella privatización de finales de los 90 disparó el número de accionistas de la firma y también su perfil público; invertir en Telefónica era, salvando las distancias, tan propio de aquella era como las versiones de Windows o la serie de televisión Friends.
La empresa protagonizó después las grandes privatizaciones de los años 80 y 90, la euforia tecnológica del cambio de siglo y, después, el gran desembarco de las multinacionales españolas en América Latina. “Se erigió como un tótem del capitalismo popular español, pero ha quedado desorientada y fuera de juego”, indica un gestor de Bolsa española que prefiere no ser identificado. “La caída es de una magnitud que estremece, es el eco de más de una década de guerra fratricida en el sector que ha erosionado sus cimientos”, añade.
El año 2000 marcó el punto más alto: Telefónica valía más de 100.000 millones de euros; su participada Terra, 37.000 y la filial TPI, editora de las ya olvidadas páginas amarillas, otros 9.000. El grupo Telefónica dominaba con mano de hierro el Ibex 35 bajo el mandato de Juan Villalonga, nombrado presidente de la empresa por su antiguo compañero de pupitre, el presidente del Gobierno José María Aznar. “Fue el icono pop de la incipiente era de internet en un tiempo donde las grandes telecos se perfilaban como las dueñas del boom digital. Hoy, aquel brillo se ha apagado”, añade un experto de otra firma española.
El baño de realidad no ha podido ser más duro para los inversores: Terra dejó de existir tras perder el 96% de su valor desde su récord, TPI quedó reabsorbida (y las páginas amarillas desaparecieron) y Telefónica ha caído desde sus máximos un 85%. Si el grupo Telefónica (inflado por las participaciones cruzadas) valía casi 150.000 millones, hoy la empresa se queda en poco más de 20.000.
Paradójicamente, aquella época dorada estaba marcada por la ausencia de dividendo: la promesa de crecimiento impulsaba las acciones y hacía innecesario el pago al accionista. César Alierta, sucesor de Villalonga en 2000, apostó fuerte por la retribución. Una política que pretendía mantener el idilio con el inversor (el propio Alierta venía del parqué como agente de Cambio y Bolsa). Pero que al combinarse con las operaciones corporativas y los efectos de la liberalización del sector (que empezó también en 2000), acabó siendo una bomba de efecto muy retardado.
En el 2007, en el que el Ibex marcó récord histórico y Telefónica su récord de valoración en 111.000 millones, la empresa repartió a sus accionistas 3.345 millones de euros en dividendos, gracias a un beneficio ese año de 8.406 millones. Eso sí, la deuda ya rondaba los 60.000 millones de euros, el doble que dos ejercicios atrás, gracias a las operaciones corporativas; desde operadoras de telecos en América Latina (las mismas que ahora la empresa está vendiendo) a participaciones en China o la compra de la productora de Gran Hermano. Las cuentas todavía salían, pero cada vez más ajustadas. Ya en 2011, en plena crisis financiera, Telefónica seducía al mercado con 7.500 millones en dividendo, pero con unos resultados de 5.300 millones. El valor en Bolsa había caído a 60.000 millones, ya por debajo de la deuda neta.
La empresa no rebajó el dividendo hasta la llegada de José María Álvarez-Pallete en 2016, que lo rebajó casi en la mitad nada más llegar y un 10% adicional poco después. Pero la situación no era fácil de enderezar; antes al contrario: en 2024 la empresa repartió 1.833 millones de euros en dividendo, pero ganó menos dinero, 1.319 millones, y la deuda neta dobla el valor en Bolsa, con el rating cerca de perder el grado de inversión.
Los expertos, con todo, no son benevolentes con el volantazo de este martes, por más que fueran necesarias decisiones difíciles. La postura de Araceli de Frutos, asesora del fondo Alhaja Inversiones, es categórica: “Ni tenía Telefónica antes, ni la tendría después de la presentación de Murtra”. Su veredicto es taxativo, al señalar que la operadora adolece de una doble carga: un apalancamiento elevado que se arrastra sin un plan de choque convincente, y la mano del Estado, “cuya presencia a través de la SEPI no juega a favor de la empresa”.
La sangría de ayer añade presión sobre una eventual ampliación de capital, herramienta clave si Telefónica aspira a liderar la tan ansiada consolidación del sector en Europa, abunda otro inversor. “El Capital Markets Day se ha revelado como un ejercicio vacío. Si se convoca a los mercados a un evento de esta magnitud, especialmente tras las elevadísimas expectativas que se habían tejido sobre anuncios de compra y consolidación, la finalidad debe ser cristalina. El sentido de esta jornada solo se habría materializado con el anuncio de una operación corporativa firme, su consecuente ampliación y una detallada exposición de las sinergias. Lo que se ha servido a los inversores ha sido un movimiento que ha provocado la huida”, resume otro gestor de Bolsa. Los accionistas votan con los pies, y el veredicto de este martes ha sido histórico.
