Las grandes licoreras podrán sudar una resaca que dura ya varios años | Opinión
Los inversores suelen confundir los altibajos cíclicos con movimientos seculares en la suerte de las empresas. Cuando los ingresos bajan, entran en pánico. Eso es lo que está ocurriendo en la industria mundial de los licores, que afronta múltiples dificultades. Hay una regla empírica sencilla que ayuda a evitar errores: cuanto más tiempo ha existido algo, más probable es que persista. Las empresas de bebidas alcohólicas tienen las marcas con más historia que existen. Es muy probable que la gente siga disfrutando del whisky Johnnie Walker y del coñac Hennessy hasta bien entrado el siglo XXIII.
Durante la pandemia, los proveedores de bebidas alcohólicas fuertes disfrutaron de un auge extraordinario. Confinados en sus casas, la gente se volcó al consumo de alcohol. Cuando se levantaron las restricciones, acudieron en masa a los bares. Sorprendidos por este consumo inesperado, los distribuidores de licores se cargaron de existencias. Las firmas subieron los precios y aumentaron el gasto de capital. Davide Campari Milano triplicó aproximadamente su gasto de capital como porcentaje de las ventas con respecto al nivel anterior a la covid. Los beneficios se dispararon. En octubre de 2021, el entonces CEO de Aperol, Robert Kunze-Concewitz, predijo que lo que él denominaba “la revancha de la cordialidad” perduraría.
Fue una mala decisión. La resaca tras el atracón pandémico ha sido especialmente dura. Ante la crisis del coste de la vida, los consumidores gastaron menos en bebidas de alta gama. Los distribuidores de licores, con excedentes de inventario, recortaron sus pedidos. La recesión inmobiliaria en China, combinada con la campaña anticorrupción de Pekín, afectó a las ventas de coñac. Para empeorar las cosas, China ha impuesto aranceles punitivos a la importación de brandy europeo. Y Donald Trump amenazó con aranceles altísimos al vino y las bebidas alcohólicas europeos.
Las acciones del fabricante de coñac Rémy Cointreau han caído un 75% desde su máximo de 2021. Las de Diageo y Pernod Ricard en torno a un 50 %. Prevalece un sentimiento extremadamente negativo sobre el futuro del sector. Según nos dicen, los consumidores de la generación Z están dejando el alcohol. Algunos piensan que la marihuana legal podría sustituir a las bebidas alcohólicas fuertes. El creciente uso de medicamentos para adelgazar va a deprimir aún más las ventas de alcohol. La Organización Mundial de la Salud quiere poner advertencias sanitarias en las botellas de bebidas.
Los inversores pueden consolarse con lo que se conoce como el efecto Lindy: una sencilla regla que dicta que, cuanto más tiempo lleva existiendo algo no perecedero, más tiempo es probable que sobreviva. La regla recibe su nombre de Lindy’s, una tienda de delicatessen de Nueva York donde, según la leyenda, los clientes habituales observaron por primera vez que el futuro de un espectáculo de Broadway podía predecirse por el tiempo que llevaba en cartelera. Así, una obra que llevara dos semanas en cartelera tendría dos semanas más de vida, mientras que una que llevara dos años se mantendría durante el mismo periodo. El científico Richard Gott probó este efecto en 1993 y descubrió que las predicciones eran sorprendentemente precisas.
En su libro Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden, el escritor Nassim Nicholas Taleb afirma que el efecto Lindy es el envejecimiento a la inversa. “Lo que sobrevive”, escribe, “debe de ser bueno para cumplir algún propósito (en su mayoría oculto) que el tiempo puede ver, pero que nuestros ojos y nuestra lógica no pueden captar”. Las tecnologías están sujetas a esta regla, al igual que las marcas de consumo. Johnson & Johnson y Coca-Cola existen desde 1886 y 1892, respectivamente. Las marcas de lujo han durado más: Louis Vuitton se fundó en 1854 y Hermès en 1837. Pero nada supera la durabilidad de las principales marcas de bebidas espirituosas: Rémy Martin (fundada en 1724), Hennessy (1765), Johnnie Walker (1820) y Glenlivet (1825).
Estas empresas han sobrevivido a guerras comerciales, guerras mundiales, depresiones económicas, prohibiciones e incluso revoluciones. Bacardi, fundada en 1862 en Santiago de Cuba, vio cómo Fidel Castro expropiaba sus activos en 1960, tras lo cual la destilería de ron se trasladó a Bermudas y siguió prosperando. Hasta sus recientes dificultades, estas empresas se consideraban a prueba de recesiones. Las ventas de licores incluso aumentaron durante la crisis financiera mundial.
La solidez de las empresas de bebidas no se debe solo a las marcas. Tienen otras ventajas competitivas, como las restricciones geográficas. El coñac solo se puede producir en la región francesa de Charente. El whisky escocés debe destilarse al norte del muro de Adriano. Las bebidas espirituosas que necesitan envejecimiento también requieren grandes existencias. Si quieres entrar en el negocio del coñac, no esperes generar ventas durante los primeros ocho años. Las grandes licoreras dominan la distribución, algo reforzado en muchas partes del mundo, incluido EE UU, por la normativa que regula la venta y distribución de alcohol.
Como resultado, disfrutan de enormes economías de escala. No cuesta mucho abrir una nueva destilería, afirma Django Davidson, gestor de carteras de Hosking Partners, pero es casi imposible resolver el problema de la distribución. Por lo tanto, las startups exitosas en la industria suelen venderse a empresas ya establecidas, como ocurrió en 2017 cuando Diageo adquirió la marca de tequila del actor George Clooney, Casamigos. En este sentido, la estructura de la industria de las bebidas se asemeja a la relación entre los gigantes farmacéuticos y las biotecnológicas, en la que las startups asumen los riesgos de desarrollar nuevos productos.
Las valoraciones de las empresas de bebidas están muy deprimidas. El valor empresarial de Diageo ha llegado a caer de ocho veces sus ingresos a alrededor de cuatro veces. Rémy Cointreau, que cotizaba a casi nueve veces sus ventas en su momento álgido, cayó por debajo de tres veces a principios de año. Campari cotiza a un múltiplo similar. El analista de Bernstein Trevor Stirling señala que las licoreras ya no tienen una prima en el mercado europeo. Rémy cotiza por debajo del valor minorista del coñac que tiene en sus bodegas. Según Davidson, es muy raro encontrar una empresa de calidad que se venda por menos de su coste de reposición.
La situación actual de la industria de las bebidas recuerda, en algunos aspectos, a los problemas a los que se enfrentó la mayor marca del mundo, Coca-Cola, tras el desastroso lanzamiento de su fórmula New Coke a mediados de los 80. Tras la caída de las acciones, Warren Buffett se hizo con el 7% de la empresa. El sabio de Omaha quedó impresionado por el liderazgo inquebrantable de Coca-Cola en el sector de los refrescos y sus perspectivas de crecimiento en el extranjero. Buffett pagó 13 veces los beneficios futuros por unas acciones que resultaron ser una de sus adquisiciones más exitosas.
Por coincidencia, Diageo, valorada en 52.000 millones de euros, y Pernod Ricard, valorada en 24.000 millones, cotizan hoy en día con una valoración similar. El efecto Lindy, una guía útil aunque no infalible, sugiere que las dificultades actuales de las licoreras, al igual que las de Coca-Cola hace cuatro décadas, no serán más que un bache cíclico en su larga historia.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías
