mié. Ago 13th, 2025

Europa entre la pragmática económica y el debilitamiento geopolítico | Economía nacional e internacional

El acuerdo comercial alcanzado el 27 de julio entre la Unión Europea y Estados Unidos ha generado un debate intenso sobre las prioridades estratégicas europeas. Bajo la amenaza de aranceles del 30% si no se llegaba a un entendimiento antes del 1 de agosto, la Unión Europea aceptó un marco, no ratificado aún, que incluye aranceles estadounidenses del 15% sobre la mayoría de las exportaciones europeas —con picos del 50% para acero y aluminio—, mientras que los productos americanos entrarán al mercado europeo sin gravámenes.

Además, Europa se comprometió a adquirir 750.000 millones de dólares en energía estadounidense en tres años (¿se obligará a las empresas?), invertir 600.000 millones en territorio americano (¿eso harán las empresas?) y aumentar las compras de armamento a empresas del país. A cambio, sectores estratégicos como el aeroespacial y la maquinaria de semiconductores quedaron exentos de aranceles.

Las reacciones a este acuerdo, desde luego, no se hicieron esperar y muchas de ellas fueron no solo de asombro sino incluso de indignación. Como señalaba Federico Steinberg en una reflexión en un comentario del Real Instituto Elcano, existe un claro trade-off entre lo que podría resultar económicamente sensato a corto plazo, no escalar en una guerra comercial, y lo que podría fortalecer el papel global de la UE. Europa parece haber priorizado la primera dimensión, siguiendo la lógica de los manuales económicos que desaconsejan las represalias arancelarias por considerarlas contraproducentes. Así, esta decisión de no responder con medidas espejo evita inflar los precios internos europeos y permite al Banco Central Europeo mantener tipos de interés bajos, beneficiando a los consumidores del continente. Desde luego positivo para los ciudadanos europeos en tanto el arancel será absorbido por el “contribuyente” norteamericano.

Sin embargo, esta racionalidad económica inmediata puede encubrir dinámicas más complejas y no la aplicación de una regla básica de economía. Por un lado, la influencia de los lobbies industriales, especialmente el alemán, resulta evidente: la industria automotriz germana, que exporta el 20% de su producción a Estados Unidos, tenía un interés claro en evitar una escalada. La fragmentación entre Estados miembros —con Alemania favoreciendo el pragmatismo y Francia calificando el acuerdo como un “día oscuro”— facilitó que Washington obtuviera concesiones significativas. Y este es el principal problema, que quizás este acuerdo sea más un reflejo de la debilidad política de Europa, derivada de su gobernanza a medio camino de la nada, que el resultado de un pragmatismo económico que a corto y medio plazo puede resultar sensato, pero a largo no está tan claro.

Añadamos a lo anterior la debilidad europea manifestada en sectores donde la Unión Europea carece de ventajas competitivas frente a Estados Unidos. En servicios, donde Estados Unidos mantiene un superávit tradicional, Europa no pudo extraer contrapartidas. Y en defensa, la dependencia del 60% de las compras militares europeas del arsenal estadounidense limitó el margen de maniobra.

En todo caso, aquellos que ven el acuerdo con mejores ojos destacan varios aspectos positivos inmediatos. La preservación del acceso europeo al mercado estadounidense, aunque con aranceles más altos, mantiene flujos comerciales valorados en 1,6 billones de euros anuales. Los sectores exentos —aeronáutica y semiconductores— representan áreas donde Europa mantiene ventajas competitivas significativas, permitiendo que Airbus siga compitiendo con Boeing y que la holandesa ASML conserve su casi monopolio en maquinaria para chips avanzados.

Sumemos la depreciación esperada del euro, factible ante la asimetría arancelaria creada, compensará parcialmente, o incluso totalmente, los aranceles. Paradójicamente, los automóviles europeos pagarán menos gravámenes que los fabricados en México y Canadá, donde Trump ha impuesto aranceles del 25%. Para países como España e Italia, tradicionalmente beneficiados por tipos de cambio más competitivos, este efecto podría ser especialmente positivo.

Sin embargo, la dimensión geopolítica introduce varias preocupaciones serias y que pueden minimizar las ganancias económicas. La imprevisibilidad de Trump sugiere que este “respiro” podría ser temporal. Como advertía Jorge Galindo en un hilo exhaustivo de X, la experiencia histórica indica que cuando un negociador obtiene concesiones sin resistencia, suele regresar a por más. El precedente creado podría invitar a futuras demandas estadounidenses, erosionando progresivamente la posición europea.

Pero, además, el precio geopolítico del acuerdo trasciende las cifras comerciales. Como argumenta Judith Arnal en varias intervenciones desde el conocimiento del acuerdo, Europa ha legitimado implícitamente la lógica unilateralista de Trump, debilitando el sistema multilateral que tradicionalmente ha defendido. Al no activar mecanismos de respuesta coordinada o liderar una coalición internacional de resistencia, la UE ha perdido una oportunidad crucial de afirmar su liderazgo global en momentos de fragmentación del orden internacional.

Las tensiones internas se manifestarán probablemente en el próximo Consejo, donde el acuerdo requiere ratificación por mayoría cualificada, tal y como ha señalado el economista Jorge Díaz Lanchas. La necesidad de 15 países que representen al menos el 65% de la población podría generar dinámicas complejas, especialmente si Francia, Italia, España y Polonia —que juntos superan el 35% requerido para un veto— deciden formar una coalición de oposición. Esta posibilidad, aunque remota dada la necesidad de evitar una imagen de fragmentación, ilustra las tensiones subyacentes. Según Díaz Lanchas, la debilidad que puede suponer para una Comisión que apenas acaba de iniciar mandato este acuerdo puede lastrar su política en los próximos años, lo que supondría costes a la UE y sus ciudadanos.

Paradójicamente, la evidencia empírica sugiere que Estados Unidos será el gran perdedor económico del acuerdo. Como muestra el estudio de David Autor, los aranceles de la primera presidencia Trump se trasladaron sistemáticamente a los consumidores finales. El nuevo gravamen del 15% se traducirá en mayor inflación doméstica, erosionando el poder adquisitivo de las familias estadounidenses. Además, como explica Paul Krugman, si las prometidas inversiones europeas se materializaran, aumentarían automáticamente el déficit comercial estadounidense —precisamente lo contrario de los objetivos declarados por Trump.

Europa parece haber calculado que el tiempo ganado justifica las concesiones realizadas, apostando que Trump pagará un precio político interno por el aumento de precios mientras la UE utiliza este respiro para fortalecer su posición estructural. Sin embargo, la complejidad del acuerdo impide evaluaciones categóricas sobre las motivaciones que condujeron a este resultado: la presión de los lobbies industriales, la fragmentación interna europea, las debilidades estructurales en servicios y defensa, y el cálculo de ganar tiempo se combinan en una ecuación difícil de resolver.

Lo que resulta indudable es el contraste perceptivo: Trump emerge reforzado en su retórica de “deals” exitosos y “America First”, mientras que la UE proyecta una imagen de debilidad y subordinación. En un mundo donde la percepción de poder resulta tan importante como el poder real, esta asimetría podría tener consecuencias duraderas para el equilibrio geopolítico transatlántico. Europa ha ganado tiempo, pero queda por ver si sabrá aprovecharlo para revertir una dinámica que, por ahora, favorece claramente a Washington.

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