El trilema silencioso del envejecimiento | Economía nacional e internacional
La economía española se enfrenta a una paradoja desconcertante: nunca ha contado con una fuerza laboral tan experimentada y formada, y sin embargo el crecimiento de la productividad se ha estancado de forma persistente. Aunque las razones para esta pobre evolución de la productividad son variadas y complejas, como la incidencia diferenciada de sendas crisis en los últimos 15 años, sí existe un parecer comúnmente aceptado sobre lo preocupante de este hecho y sobre todo que el futuro, si no intervenimos para evitarlo, no parece muy halagüeño. Y buena parte se explica por el potencial envejecimiento de la población española.
Y es que el envejecimiento de la sociedad entrelaza tres fuerzas estructurales cuya interacción podría socavar silenciosamente las bases del crecimiento futuro. Mientras el debate público permanece anclado en la sostenibilidad de las pensiones, el verdadero desafío es mucho más amplio y profundo.
El primer componente de este trilema es la obsolescencia acelerada del capital humano. La mitad de los trabajadores mayores de 55 años carece de competencias digitales básicas, lo que arrastra la Productividad Total de los Factores y reduce la capacidad de absorber nuevas tecnologías. Pero el problema es más complejo de lo que parece. A nivel cognitivo, la “inteligencia fluida”, es decir, la capacidad de resolver problemas nuevos, puede disminuir con la edad, mientras que la “inteligencia cristalizada”, aquella experiencia acumulada, tiende a aumentar. El dilema es que el rápido cambio tecnológico deprecia ambas experiencias si no se actualiza constantemente. Además, los trabajadores de mediana edad descubren que sus habilidades tienen una fecha de optimización y, a partir de ahí, de erosión continuada, a lo que hay que unir que el conocimiento acumulado durante décadas resulta ser “solo parcialmente transferible” a los nuevos ecosistemas tecnológicos dominados por la inteligencia artificial. Esta brecha crea un cuello de botella fundamental, ya que la difusión de las innovaciones se frena porque escasean los trabajadores capaces de implementarlas.
El segundo componente del trilema agrava dramáticamente el anterior: el propio déficit demográfico. La caída de la natalidad dejará un hueco de 7 a 8 millones de jóvenes cualificados en Europa para 2035. Sin ellos, la renovación de conocimientos y la creación de startups se desaceleran. Cada generación que accede al mercado laboral es más pequeña que la anterior, invirtiendo una ecuación que durante décadas fue favorable. Para compensar lo anterior, podríamos pensar que el joven suele innovar más que el mayor, sin embargo, no parece que esto sea así. La evidencia empírica demuestra que la edad media del fundador de una startup de alto impacto es de 45 años. El problema no es la falta de emprendedores maduros con experiencia y juicio, sino la falta de capital de riesgo dispuesto a apostar por ellos y, fundamentalmente, la falta de un ecosistema que mantenga actualizadas sus competencias tecnológicas. Mientras India gradúa cada año a cientos de miles de ingenieros y científicos, las universidades europeas ven menguar sus matrículas en carreras STEM.
Pero existe un tercer componente del trilema, quizá el más injusto: la economía del cuidado como secuestrador de talento. El 30% de las mujeres altamente cualificadas interrumpe su carrera por cuidados no pagados. A nivel global, las mujeres realizan el 76,2% de todas las horas de trabajo de cuidado no remunerado, dedicando 3,2 veces más tiempo que los hombres. En sociedades envejecidas, esta carga se multiplica dramáticamente. Al sobrecargar a las mujeres con el cuidado no remunerado de los ancianos, las sociedades no solo están reduciendo su fuerza laboral actual, sino que están impidiendo sistemáticamente que las personas con el conocimiento más profundo de la economía plateada participen en la innovación para ese mismo sector.
La interacción de estos tres factores crea una trampa de baja productividad de la que puede resultar extraordinariamente difícil escapar. Las reformas parciales, las que abordan un solo vértice del trilema ignorando los otros dos, están destinadas al fracaso. La respuesta debe ser integrada y actuar simultáneamente en todos los frentes.
Primero, resulta indispensable abandonar el tabú que rodea a la migración, y en particular centrarnos en la inmigración cualificada. Canadá y Australia seleccionan por puntos a ingenieros y científicos: el 60% de sus visas van a perfiles tecnológicos, capturando el 25% del talento internacional y situándose en el top 10 global de innovación. Cada trabajador STEM extranjero genera 2,6 empleos adicionales y eleva la productividad regional en un 1,2%. La migración selectiva no es una claudicación demográfica, sino la solución de mercado más rápida para importar capital humano.
Segundo, es necesario tratar la economía del cuidado como infraestructura productiva crítica. Universalizar plazas de 0 a 3 años y verdaderos servicios de dependencia aumentaría significativamente la tasa de actividad femenina elevando el PIB potencial más que cualquier gran obra de infraestructura física. Por ejemplo, algunos estudios han encontrado que los equipos mixtos generan patentes 30% más citadas, por lo que, entre otras muchas cosas facilitar cuidados permite incorporar a más mujeres y aumentar la calidad y diversidad de la innovación en la economía plateada. Por lo tanto, la inversión masiva en servicios de cuidado no puede seguir siendo tratada como gasto social prescindible. Es inversión en productividad con retorno doble e inmediato.
Tercero, debe reconceptualizarse radicalmente la formación continua. No se trata de acumular micro-credenciales, sino de crear auténticos “puentes de transferencia” que permitan a los trabajadores experimentados aplicar su inteligencia cristalizada a las nuevas tareas que la tecnología crea. La inversión pública debe reorientarse hacia programas intensivos, co-diseñados con la industria, que actualicen competencias específicas.
Pero existe un cuarto elemento del que apenas se habla: la escasez demográfica puede convertirse paradójicamente en motor de modernización. Japón y Alemania, con elevadas tasas de dependencia, acumulan más robots por cada 10.000 trabajadores, duplicando la media de la OCDE. Así, las industrias que más envejecen y automatizan crecen a largo plazo más en productividad anual. La tecnología inducida por la demografía podría revertir la caída de eficiencia y sostiene el crecimiento per cápita.
El envejecimiento poblacional no es reversible, pero sus consecuencias sobre el crecimiento y la productividad sí son gestionables. Reconocer el trilema permite convertir la demografía en ventaja: actualizamos experiencia, importamos talento estratégico, liberamos capacidad productiva oculta y aceleramos la automatización. La intervención simultánea en estos cuatro frentes es condición necesaria para que la innovación y el crecimiento vuelvan a acelerar. La pregunta relevante no es si las sociedades pueden permitirse estas inversiones coordinadas. La pregunta correcta es si pueden permitirse no hacerlas. La historia no suele ser benévola con quienes, viendo venir la tormenta, decidieron no actuar mientras aún podían hacerlo.
