El plan de sucesión en el BBVA y el factor Oliu para buscar otro socio al Sabadell | Opinión
Remachado el último clavo en el ataúd de la compra del Sabadell por parte del BBVA, toca a ambas entidades volver a una nueva normalidad. Para el banco vasco, en lo más inmediato, la resaca ha traído bajo el brazo un potente empujón bursátil, lógico tras el final de la incertidumbre y despejado el fantasma de una milmillonaria ampliación de capital. La entidad subió ayer un 3,84% adicional, después de ya dispararse el pasado viernes un 6%. Sin embargo, superados los fuegos de artificio y el corto plazo, hay preguntas que pesan sobre el futuro de la institución. Las hay recurrentes, como el exceso de dependencia de México, la inseguridad jurídica de su apuesta turca con Garanti o la eventual necesidad de reforzar su negocio nacional. Se trata de cuestiones estructurales en un banco que, por otra parte, está muy bien gestionado en su operativa diaria, como demuestran los números. Hay otros interrogantes de nuevo cuño, sin embargo, que solo aflorarán en el medio plazo.
Cuando pase del todo la tormenta, el BBVA tendrá que dar una respuesta convincente a los mercados sobre cuál es su proyecto de futuro y, sobre todo, si cuenta con un liderazgo sólido para acometerlo, especialmente cuando lleguen las turbulencias y el escenario sectorial y bursátil no sea tan positivo. La evolución de los tipos y el propio contexto macroeconómico invitan, al menos, a tentarse la ropa. ¿Ha tenido visión estratégica el banco? En 2021, el BBVA intentó hacerse con el Sabadell cuando apenas suponía una factura de 2.500 millones. No hubo entendimiento sobre el precio y la transacción encalló. “Jugar con la ventaja de saber lo que ha pasado después es hacer trampa –se justificó Carlos Torres en una entrevista reciente con El País-. Las circunstancias de noviembre de 2020, con el confinamiento y la incertidumbre sobre qué iba a ocurrir con la economía, condicionaron las conversaciones. Una vez visto que se han recuperado las economías y que las medidas de los Gobiernos fueron un apoyo tan grande que se evitó una catástrofe de insolvencias, habría sido muy interesante haber hecho la operación entonces”.
A priori, el segundo patinazo, en esta ocasión con una valoración del Sabadell en el entorno de los 16.000 millones, no compromete el puesto de su primer ejecutivo, recién renovado como consejero y albacea de la confianza de un consejo de administración remozado a conciencia durante su etapa al frente del banco. Sin embargo, fuentes del mercado indican que, una de las primeras consecuencias del fiasco, debería ser que la entidad afine aún más los protocolos de sucesión para responder con contundencia ante un imprevisto a medio plazo. Entre las atribuciones de la Comisión de Nombramientos y Gobierno Corporativo del BBVA, como en cualquier cotizada o corporación seria, está la necesidad de engrasar esos planes de sucesión.
Según recoge el último informe anual de la firma, aprobado en febrero de 2025, dicha comisión debe “examinar y organizar la sucesión del presidente, del consejero delegado y, en su caso, del vicepresidente (…) y, según corresponda, formular propuestas al Consejo para que la sucesión se produzca de manera ordenada y planificada”. Será clave revisar en el informe del año próximo cuál es la relación de actuaciones llevadas a cabo por esta instancia de control, sobre la que además pende la espada de Damocles del Banco Central Europeo (BCE) para desligar las labores del presidente (con la idea de hacerlas meramente representativas, las de un chairman anglosajón) de las del consejero delegado (las ejecutivas). Aunque hay consenso en el mercado en que es el CEO de la entidad, Onur Genc, quien lleva a cabo la gestión del día a día, el BBVA -al igual que el Santander- aún no han implementado el modelo de separación de poderes por el que aboga Fráncfort. Ambas mantienen las atribuciones ejecutivas de su presidente.
Fuentes conocedoras de las discusiones que se han producido en el consejo de BBVA durante la tramitación de la opa sobre el Sabadell, revelan la existencia de un enriquecedor e interesante debate interno respecto a la subida de precio que podía asumir el banco para afianzar las aceptaciones. Una parte de los consejeros estiraba ese incremento hasta el 15%, mientras que otra más conservadora -en un bloque con el que comulgaba el presidente- abogaba por limitarlo, con el 5% como referencia. Finalmente, la mejora se quedó en un salomónico 10%, que no convenció a los accionistas del Sabadell. Torres, en todo caso, era plenamente consciente de que tenía un margen estrecho, en tanto los números internos que manejaba el banco fijaban en el 20% el alza a partir del cual la operación era dilutiva. Es más, existía la certeza de que la estimación estaba en el límite de que lo vale realmente el banco vallesano.
Si se asume el planteamiento, también el Sabadell está ante una auténtica encrucijada. Ya conoce la entidad catalana los malos tiempos y lo que supone afrontar las vacas flacas sin un socio de referencia. Y hay consenso en el sector, del Banco de España a los propios interesados, en que la consolidación no ha terminado. Sin embargo, en este punto, cualquier operación de integración que se plantee con otra entidad mediana topará con precios alejados de los que ha plantado el BBVA, a poco que los mercados no acompañen y el entorno macroeconómico empeore. Eso supondría que una fusión con Abanca -que ya se planteó para ser descartada en medio del proceso del BBVA- u otros aspirantes como Unicaja, difícilmente sacarían de pobre al Sabadell, que no puede presentar a sus accionistas una transacción peor de la que les ha recomendado rechazar. Por tanto, para el banco catalán, el siguiente episodio de su historia tiene que validar su defensa a ultranza ante la ofensiva del BBVA. No le vale una fusión cualquiera. Necesita algo disruptivo. Y el hombre a seguir en esa búsqueda, ante el desgaste que ha sufrido César González-Bueno como primer ejecutivo, es Josep Oliu.
En el terreno de la hipótesis, una salida airosa para apuntalar la hoja de ruta del Sabadell -sin perder la independencia de la que hace gala- es apostar por la entrada amistosa en el capital de un socio, con un porcentaje no superior al 30%. Esa alianza evitaría que tuviera que encarar una nueva opa y le daría estabilidad. Además, la fórmula le permitiría ganar tiempo y dejar la integración, si procede, para una segunda fase. Descartada la opción de fusiones transfronterizas mientras la ausencia de unión bancaria bloquee las sinergias, una vía lógica para minimizar los problemas de competencia pasaría por convertir el Sabadell en una entidad especializada en pymes, punta de lanza presidida por el propio Oliu para ese segmento del nuevo grupo. No aparecen muchos candidatos en el horizonte, empero, para jugar el papel de mirlo blanco. Puestos a pensar en lo imposible, no faltarán políticos con el sueño húmedo de forjar un gran banco catalán sobre las ruinas del proyecto BBVA-Sabadell. El consejero delegado de CaixaBank, Gonzalo Gortázar, aseguró recientemente que el grado de consolidación en España es “medio” y que hay espacio para más fusiones. Parece utópico pero las musas se aparecen antes que el teatro.
