El 80% de la inflación alimentaria en España vendría de fuera | Economía nacional e internacional

Hace unos meses, escribía una columna sobre la importancia que para España tiene su “engarce” a la economía internacional. Por suerte, nuestro país ha pasado en el último medio siglo de ser un actor con escasas relaciones comerciales, para su relevancia, tamaño y posición geoeconómica, a ser uno de los más abiertos económicamente. Tanto las importaciones como las exportaciones tienen un peso relevante en nuestra economía, y eso se nota en nuestro bienestar.

Sin embargo, aunque esto es positivo en términos absolutos, en términos más específicos puede suponer unos costes que son naturales en estos casos. Así, nuestra apertura implica que somos más sensibles a las evoluciones de ciertos indicadores internacionales que pueden impactar en la economía doméstica. Como explicaba en aquella columna sobre el ciclo económico español, al menos tres cuartas partes de este eran explicadas por la evolución de la actividad económica de nuestros socios, siendo nuestras expansiones y nuestras recuperaciones en buena medida “decididas” en otros países.

No es diferente si hablamos de los precios, dado que el coste de nuestra cesta de bienes en un porcentaje muy relevante tiene precios que se deciden en los mercados internacionales. Obviamente, esto es así para las llamadas commodities, para los precios industriales y, por supuesto, para los precios alimentarios.

Uno podría pensar, por ejemplo, que el precio que paga por un kilo de naranjas o por una onza de chocolate se decide en el mercado en el que compra estos productos. Por lo general, es cierto que estos precios pueden y van a responder a las dinámicas internas de las cadenas de valor que se gestan entre las empresas del lugar, por lo que, si el kilo de naranjas vale tres euros, es posible que dicho precio venga dado en determinada proporción por las estructuras de costes nacionales y locales. Sin embargo, la evolución a corto plazo, que no necesariamente el nivel, del precio de un producto alimentario se determina fuera de nuestras fronteras, muy condicionado por los vaivenes en los precios internacionales de las materias primas.

Pongamos el ejemplo del cacao y del café. Estos precios han crecido mucho en los últimos meses. Si es aficionado a su café matutino, muy necesario para escribir con transparencia mental una columna de opinión para el periódico, sabe que el producto que está tomando puede ser hoy dos veces más caro que hace solo unos meses. Lo mismo si le gusta poner cacao a la leche.

Uno podría pensar que existen dinámicas internas que determinan esta evolución y puede tener incluso la tentación de dirigirse al encargado o encargada de la sección de cafés o cacaos de su supermercado de confianza para pedir explicaciones. A estas, si las hiciera, le seguirá un “pues ni idea” de dicha persona. Y con razón. Y es que, por lo general, estas subidas se gestan a miles de kilómetros de su hogar y afectan tanto a usted, que compra estos productos en un barrio de Madrid, como a aquel que los compra en la calle 42 de Manhattan.

En el caso de estos dos productos y muchos otros, la cotización se ha multiplicado por razones climatológicas locales, negociaciones por los precios de los trabajadores o por eventos funestos como los incendios. El cacao es muy sensible a lo que sucede en Costa de Marfil o Ghana. En el primero de ellos se produce un tercio del cacao mundial. Lo que suceda allí afectará al precio del vaso de leche con cacao que le ponga a su hijo o hija cualquier noche de verano. Mientras, el café sube por las adversas condiciones climatológicas en Brasil y Vietnam, que han provocado una fuerte reducción de la oferta, caída que en 2025 parece no recuperarse.

En España tenemos la experiencia con el aceite de oliva. Somos el principal productor mundial de este producto y la sequía de 2023-2024 afectó de forma intensa a la producción. Esto generó una escasez de producto, un aumento disparado de los precios y un crecimiento no solo en nuestro país, sino en todo el mundo. Así pues, prácticamente todos los precios de alimentación son deudores de las cotizaciones internacionales y su evolución suele ser similar en aquellos países con similares cestas de consumo. Pero esto no es todo.

Desde el inicio de la invasión de Ucrania, el precio del gas aumentó de forma considerable. Este aumento fue en parte compensado en los años más recientes, pero sin que el gas llegara a los niveles previos a la invasión. Esto es importante para entender lo sucedido con el precio de los alimentos, pues para buena parte de ellos los costes de producción son hoy mucho mayores que hace tres años porque el gas, materia prima fundamental para la fabricación de fertilizantes, elevó el precio de estos últimos, siendo esta causa una de las que explican principalmente el shock de los precios de los alimentos en los últimos años.

Para centrar un poco esta idea he realizado un ejercicio que permite identificar estos hechos. He tomado las series de precios de los alimentos para varias decenas de países y he calculado lo que se llama un “factor común”. Este factor común es como la causa primigenia de la evolución de los precios de los alimentos de todos los países, ya que trata de calcular aquella serie de precios en la sombra que explique al máximo la evolución de los precios de todos los países. Es como si fuera el antepasado común de los precios de alimentos para los países, al que luego se superponen las idiosincrasias de cada país para mostrar la evolución definitiva de estos en cada país.

La primera figura adjunta muestra la evolución de los precios en España y el factor común sobre toda una maraña de precios para los países incluidos en el análisis (casi todos los europeos, algunos del norte de África, EE. UU. y Canadá, Oceanía y buena parte de Latinoamérica). Lo que se observa es que los alimentos han crecido en España ligeramente por encima de la media de este grupo de países y que la evolución de esos precios sigue la forma del factor común.

Para saber cuánto explica este factor común la evolución de los precios en España desde 2021, la segunda figura descompone la inflación en alimentos entre lo que sería “importado” y lo que sería “idiosincrásico”. En España el 80% de esta evolución vendría explicado por factores externos.

Descomposición de la inflación alimentaria: factor global frente al factor específico

Es obvio que este ejercicio no determina la causalidad en la evolución de las series, pero sí indica algunas tendencias a considerar. La primera de ellas, que la evolución de los precios alimentarios sigue en general una dinámica marcada por eventos internacionales. En segundo lugar, España ha experimentado un aumento significativo de estos precios, en torno al 30% desde 2021, pero que al menos 22 puntos son por razones importadas. Finalmente, factores nacionales juegan un papel secundario, aunque no negligible. De los 7 puntos restantes me apostaría que no menos de la mitad se debe a la subida del precio del aceite de oliva, lo que claramente jugará a nuestro favor en 2025 dada la bajada experimentada. Y todo porque ha llovido.

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