El BCE deja los tipos de interés intactos en el 2% por tercera vez consecutiva | Economía
La estabilidad es una ilusión tan pasajera como difícil de atrapar en los tiempos actuales, pero el Banco Central Europeo parece encontrarse en uno de esos raros paréntesis donde los astros se alinean, la carretera se ensancha, y ya no es necesario acelerar ni frenar. Solo mantener la velocidad y dejarse llevar por la inercia. Eso ha hecho el Consejo de Gobierno este jueves con su decisión de dejar los tipos de interés intactos en el 2% por tercera vez consecutiva. Una racha de inactividad a la que estaba poco acostumbrado tras ocho bajadas casi seguidas para devolver las tasas a la normalidad. A partir de las 14h45, la presidenta de la entidad, Christine Lagarde, ofrecerá más detalles en reda de prensa.
La escapada otoñal a Florencia de la plana mayor del Eurobanco, cumpliendo con la tradición anual de celebrar fuera de Fráncfort una de las reuniones, ha coincidido con uno de los encuentros más plácidos que se recuerdan. Con la inflación bajo control (2,2% en septiembre, este viernes se conocerá el dato de octubre). Sin grandes debates internos entre halcones y palomas sobre movimientos inminentes del precio del dinero —la discusión sobre un nuevo recorte amaga con regresar en diciembre, aunque el mercado apuesta por otra pausa—. Con pocas novedades estadísticas sobre la mesa —la más relevante, la de crecimiento, dio este jueves una sorpresa positiva—. Y apaciguadas la crisis comercial, la inestabilidad política francesa, y el peligroso alza del euro frente al dólar, al menos temporalmente.
El viaje, por tanto, se prestó a otros menesteres. Y acabó siendo un festival para los sentidos. El del gusto lo ejercitó Lagarde este miércoles, cuando pasó por el mercado de Sant’Ambrogio a tomarse un café mientras escrutaba los precios de los alimentos como si de una supervisora del servicio estadístico se tratara. El de la vista y el oído, los asistentes a su intervención horas después en la cena de gala celebrada en el palacio Vecchio, antigua residencia de los Medici, donde la francesa citó a Da Vinci, Miguel Ángel, Brunelleschi, Dante, y a otro italiano ilustre contemporáneo, su predecesor en el cargo, Mario Draghi, en un alegato cuya idea fuerza fue la resistencia europea ante la adversidad. “En los últimos cinco años hemos enfrentado la peor pandemia desde la década de 1920, los aranceles estadounidenses más altos desde la década de 1930, la crisis energética más profunda desde la década de 1970 y la guerra terrestre más devastadora en suelo europeo desde la década de 1990″, afirmó.
La buena noticia para Lagarde es que Europa ha salido por ahora airosa. Ni la pandemia ha tenido consecuencias económicas estructurales. Ni las reservas de gas se acabaron en invierno. Ni la guerra comercial degeneró en recesión. La mala, que las fragilidades no han desaparecido. El crecimiento europeo se mueve muy por debajo del de China o EE UU, con Italia y Alemania estancadas; el tren de la inteligencia artificial está copado por tecnológicas norteamericanas, y las barreras nacionales todavía penalizan al proyecto comunitario.
Ante ese panorama, uno de los mensajes que más se ha empeñado en transmitir Lagarde en Florencia tiene un trasfondo más político que monetario: el poder de veto de los Estados miembros convierte a la UE en un gigante lento, complejo e incapaz de actuar con la contundencia requerida como hacen EE UU y China, por lo que hay que buscar fórmulas que primen la toma de decisiones por mayoría cualificada en lugar de por unanimidad.
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