¿El máximo bursátil? Más mérito de las empresas que de España | Opinión
Que el principal índice bursátil español marque máximos es un acontecimiento cuya celebración, por expansiva que sea, tiene una pobre justificación, porque ha tardado 18 años en superar la marca de noviembre de 2007, la travesía más prolongada de los mercados de valores de toda Europa. Si la economía española ha alcanzado desde la Gran Recesión la mayoría de edad es discutible, y no conviene hacer lecturas engañosas, porque los mercados financieros sólo otorgan el valor y afloran el reconocimiento a las empresas que componen el índice selectivo de la Bolsa, que mayoritariamente invierten, trabajan, venden, dan empleo y ganan dinero fuera de España.
¡Han pasado tantas cosas en 18 años, ha llovido tanto! Desde luego, si alguien confió a la evolución del índice selectivo español la inversión para los estudios universitarios de sus hijos nacidos en 2007, como bien recordaba Nuño Rodrigo esta semana en este periódico, estará defraudado 18 años después sin revalorización alguna, acaparando sólo unos humildes dividendos (el Ibex con cupón ronda ahora los 50.000 puntos). Pero como la inversión ligada a índices es marginal en España, el desempeño generado desde la Gran Recesión hasta ahora habrá dependido más del acierto en la elección de las empresas.
Ningún país europeo ha tardado tanto en recomponer la figura de los índices que alumbran la marcha de los negocios en los mercados financieros. El indicador bursátil más global, el MSCI World, que había tocado techo cíclico en 2000 con los fuegos artificiales y la exuberancia irracional de las puntocom, volvió a tales cotas en febrero de 2013, y el Stoxx 600, que marca la ruta europea, lo hizo en 2015. Y del destrozo de la gran recesión y la crisis del euro, que al Ibex le costó más de la mitad de su valor, la Bolsa alemana se recuperó en 2015, la francesa en 2016 y la italiana en 2018. España ha tenido que esperar a esta semana.
Por qué. No es ningún secreto que el mercado español cayó en los dos primeros años tras el estallido de la burbuja crediticia e inmobiliaria como ningún otro, si se hace abstracción de tragedias como la griega. España había cebado su economía y la cotización de sus grandes empresas a base de un crecimiento por encima de las posibilidades de repago de sus moradores, construidas con recursos ajenos financiados masivamente desde fuera del país. Demasiado dinero, demasiado barato durante demasiado tiempo habían desatado una demanda embalsada de vivienda residencial, vacacional y especulativa que empoderó artificiosa e irracionalmente a las constructoras, las inmobiliarias y la banca.
Una economía de cimientos arenosos había engordado en los índices bursátiles a las empresas de tales actividades, que forzaron sus cotizaciones hasta el extremo en una pelea abierta por controlar activos energéticos considerados refugio, y que tuvieron que encajar descomunales ajustes en sus valoraciones cuando sus volubles cimientos se licuaron con la crisis de liquidez, de solvencia y de deuda que amarilleó al país. La mancha de aceite de una recesión que registró la mayor pérdida de actividad, de empleo y de riqueza de Europa arrastró la imagen, las cuentas y el valor de todas las cotizadas, que, si hasta entonces cabalgaban a lomos del made in Spain, ahora eran atropelladas por él. El crédito de España se desplomó, y con él, el de las empresas, aunque tuvieren mejores fundamentales que el Reino.
La economía ha tardado 18 años en recuperar los niveles de empleo, pero con una población muy superior que hace que la renta personal se haya estancado en los últimos diez años, con un muy pobre desempeño de la productividad, y con una aportación exclusivamente de cantidad y huérfana de calidad. Y aunque el índice Ibex 35 haya tardado 18 años en recuperar el valor de 2007, su naturaleza no es exactamente la misma. A fin de cuentas, la naturaleza de una economía es lo más complicado de transformar por muy severos que sean los episodios críticos.
Sigue teniendo una presencia poderosa la banca, con una aportación al Ibex del 36,34%, al igual que el petróleo y la energía, con un 20%. Crecen los bienes y servicios de consumo (más del 20%), por la aportación de Inditex, Amadeus, IAG o AENA; desciende con fuerza la construcción, que con una presencia limitada de la industria suman juntas el 9,2%; pierde presencia telecos y tecnología; y es testimonial la de empresas inmobiliarias, con Merlin y Colonial.
Aparentemente el Ibex ha cambiado mucho si nos atenemos a los nombres de sus empresas; pero las que han salido son las de menor valor, amén de algunas desaparecidas por absorción de otras (varios bancos). Una comparación de los diez valores con más capitalización en 2007 y ahora revela que solo siete de ellos estaban en el top ten entonces (Inditex, Santander, Iberdrola, BBVA, Ferrovial, Endesa y Mittal). En 2007 le acompañaban Repsol, Telefónica y Gas Natural, y hoy lo hacen Caixabank, AENA y Amadeus. Si en 2007 esas diez empresas capitalizaban 502.000 millones de euros, hoy valen 722.000.
Y esa valoración adicional es imputable casi de manera exclusiva a la intensificación del negocio exterior de tales empresas, una característica que se repite en todas las bolsas de países desarrollados, pero con más fuerza en el caso de las empresas españolas, que consideraron tras la crisis que el mercado nacional estaba agotado, y que sacudirse el estigma que atenazaba al país suponía abrir más mercados fuera e invertir en ellos. Más del 65% de las ventas de las empresas que componen hoy el Ibex se producen en el exterior, es también fuera donde obtienen la mayoría de sus ganancias, y más de seis de cada diez empleados están fuera de España (el 91% de Amadeus, el 87% de Santander y más del 77% de BBVA o Ferrovial).
Por tanto, que el Ibex recupere los niveles de hace 18 años es un éxito de las empresas que lo componen y de sus gestores (alguna aportación habrá que atribuirles a las escuelas de negocios españolas, que figuran entre las más cualificadas del mundo), y sólo nominalmente de la economía española, que ha recuperado la cantidad, pero no la calidad.
El índice bursátil es un cartel de España, pero no representa a su economía. La mayoría de estas grandes corporaciones no ha recuperado ahora la valoración que tenía en 2007, sino que la ha multiplicado: Inditex vale seis veces más que entonces (hoy 156.000 millones); Iberdrola ha multiplicado por 2,2 su valor (114.500 millones); y Ferrovial ha multiplicado por seis su capitalización (41.000 millones). Los dos grandes bancos han avanzado con modestia, con no pocas ampliaciones de capital para encarar la crisis y tras haber absorbido en sus balances buena parte de las entidades averiadas por la recesión, y han irrumpido con fuerza Aena y Amadeus. La cruz de la moneda es Telefónica, que vale la cuarta parte que en 2007, cuando llegó a superar los 100.000 millones (hoy 26.000), así como el estancamiento de Endesa o Repsol.
