Una victoria para callar a Lamine | Fútbol | Deportes

El Madrid, muy superior al Barça en la nómina de efectivos y ocasiones, se adjudicó el clásico con y sin la intervención del Var. Aunque los azulgrana procuraron dominar el relato del partido, las jugadas decisivas y los detalles que tanto marcan las citas exigentes se sucedieron siempre en el área atacada por el Madrid, excelentemente bien defendida en cualquier caso por Szczesny, que incluso le paró un penalti decisivo a Mbappé. Ausentes Raphinha y Lewandowski, no apareció Lamine para marcar las diferencias, más asistente que definidor, y el Barcelona no supo encontrar las cosquillas a la zaga contraria ni al portero Courtois si se exceptúa el gol de Fermín, un quillo que aparece por igual en los partidos sencillos que en los complicados, presente por tanto en el Bernabéu.

El encuentro fue muy previsible y respondió al guion que, en igualdad de condiciones, mejorado el Madrid y empeorado el Barça respecto a la temporada anterior, subrayaba como factor diferencial la fragilidad de los barcelonistas, más pendientes de tirar la línea del fuera de juego —anularon tres goles al Madrid— que de defender y proteger al solvente Szczensy. Las concesiones perjudicaron a un Barcelona que, por otra parte, ha perdido también voltaje y armonía, mucho menos virtuoso y admirado que cuando ganó la Liga, la Copa, la Supercopa y se quedó a un partido de la final de la Champions. La sensación es que ya pasó el momento del Barça y que no será fácil que vuelva a recuperar la condición de mayor referente futbolístico de Europa.

Aquel espíritu aventurero del Barcelona, apegado al riesgo y dispuesto a intercambiar goles incluso con el PSG, ha menguado en escenarios antes sometidos como Chamartín. Todavía es un equipo respetado y temido por adversarios como el Madrid porque el resultado estuvo en el limbo hasta la expulsión de Pedri, que denunció la tensión del choque y también un cierto acomplejamiento del plantel blanco, exclusivamente ocupado por ganar después de cuatro derrotas consecutivas y en señalar a Lamine, identificado como el enemigo y elemento desestabilizador, como si la victoria fuera una cuestión de honor más que de juego frente al desafío que representaba el 10 del Barça. El desafío de algunos pareció ser el de ganar para poder callar a Lamine.

El Madrid entiende que para jugar bien y dar con la alineación que pretende Xabi Alonso antes necesita contar victorias desde el liderato de la Liga. La ventaja de cinco puntos avala su plan frente a un Barcelona cuyos jugadores están lejos individual y colectivamene de la mejor versión vista a la llegada de Flick. Ha dejado de ser un equipo compacto cuya línea defensiva y de presión ha sido superada ya por adversarios mucho menores que el Madrid.

El Barça ya no es el Barça y no se sabe qué esperar todavía del Madrid. No parecieron precisamente dos excelentes equipos en el intenso clásico del Bernabéu. El miedo a perder y la presión por ganar mandaron más que el juego en un duelo que acostumbra a tener serias consecuencias.

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