12 meses y tres gobiernos después, los mercados siguen al acecho de Francia | Mercados Financieros
A punto de cumplirse un año de la moción de censura que costó el puesto de primer ministro a Michel Barnier Francia sigue atrapada en un laberinto. La fragmentación parlamentaria hace casi imposible elaborar unas cuentas públicas que encarrilen un déficit que supera el 6% —el doble de lo permitido por las normas europeas— y que, en ausencia de reformas, aboca al país a un endeudamiento creciente. Después de Barnier, derribado por una moción de censura en la Asamblea Nacional, han pasado dos primeros ministros (François Bayrou, hasta septiembre, y Sébastien Lecornu), y tres gobiernos (Lecornu ha repetido), y el problema sigue siendo el mismo: la falta de apoyos para la aprobación de un presupuesto. La prima de riesgo está ahora más abajo que hace 12 meses, pero Francia ha sufrido por el camino varias bajadas de rating, y la paciencia de los inversores no es infinita.
Como hace un año, el ejecutivo trabaja contrarreloj para diseñar unas cuentas que devuelvan la estabilidad y calmen a los mercados. La suspensión de la controvertida reforma de las pensiones (un mal menor a ojos de los inversores) le permitió ganar algo de tiempo para encajar el puzzle, pero no la victoria. Lecornu ha declinado usar el artículo constitucional que le permite aprobar un texto sin pasar por el Parlamento (el 49.3), lo que le blinda de una moción de censura y le permite negociar, a costa de complicar al proceso. Así, la Asamblea Nacional tumbó el sábado un plan presupuestario que contenía docenas de enmiendas de todos los grupos, lo que derivó en un rechazo casi unánime.
El texto pasa ahora al Senado y puede ser reformado antes de volver a la Asamblea, pero el margen de maniobra no es amplio y el mercado recuerda el destino de los predecesores de Lecornu. La prima de riesgo, que había mostrado cierto alivio en las últimas semanas, se mantiene en los 77 puntos básicos. Son 11 puntos menos que hace un año, pero lejos de los 45 registrados antes de las elecciones legislativas de junio de 2024, cuando el avance de la extrema derecha en los comicios al Parlamento Europeo llevó a Macron a convocar las elecciones legislativas de cuyo resultado es fruto la actual Asamblea.
“Aunque los costes de financiación siguen siendo manejables —el bono a 10 años ronda el 3,5%—, el diferencial con Alemania se ha consolidado en niveles altos, señal de que los inversores perciben riesgos estructurales”, afirma Gorka Apodaca, director de asesoramiento en Cataluña y Baleares de Creand AM. El riesgo país francés empata ya con el italiano (76 puntos) y se aleja de los 50 puntos básicos del español.
Paradójicamente, las economías del sur de Europa, antes símbolo de fragilidad, sostienen hoy al bloque. La presidenta del BCE, Christine Lagarde, subrayó recientemente que la resiliencia de la economía de la zona euro se debía en gran medida al desempeño excepcional de la cuarta mayor economía de la región (es decir, España). Frente a una economía alemana que apenas creció un 0,3% interanual en los nueve primeros meses del año, y una francesa que avanzó un 0,9%, el PIB español repuntó un 2,8%.
“Francia se encuentra en un punto muerto político. La presión de los mercados para adaptarse no es lo suficientemente fuerte y la solución ordenada al problema de la deuda parece poco probable”, sentencia Thomas Mayer, director del Flossbach von Storch Research Institute. Con gobiernos en minoría —cuatro en el último año y medio—, el experto duda que puedan realizarse las reformas pendientes y considera improbable que la situación mejore, incluso después de las elecciones presidenciales de 2027.
A medida que la crisis política se enquista, los desequilibrios fiscales continúan agravándose. La deuda supera ya los 3,34 billones de euros —el 114% del PIB— y, tras cerrar 2024 con un déficit del 5,8%, todo apunta a que este año podría acercarse al 6%. “El crecimiento previsto del 0,7% es insuficiente para corregir estos desequilibrios sin ajustes significativos”, advierte Apodaca. Los analistas de ING coinciden: tras la suspensión de la reforma de las pensiones, los esfuerzos presupuestarios deberán intensificarse cada año para cumplir la promesa de un déficit del 3% en 2029.
Las propuestas de aumentar impuestos a los hogares más ricos y a las empresas, así como reducir el gasto público del 56,8% de 2025 al 54,4% en 2026, no convencen ni a la oposición ni al mercado. Philippe Waecher, economista jefe de Ostrum, las considera insuficientes e insostenibles. “Aumentar los impuestos no es una buena idea, incluso si existen cuestiones de equidad (los que más ganan serán los que más aporten); la deuda ha crecido de forma constante desde su mínimo en 1975 y recurrir a ella para reactivar la economía resulta ridículo”, puntualiza.
El sector privado tampoco escapa al endeudamiento. “Está sobreapalancado, con una ratio total del 268% del PIB en 2023, frente al 171% de Alemania. Francia depende demasiado de la financiación externa para sostener su economía”, apunta Mayer. Un encarecimiento de la deuda pública tiene un doble efecto: obliga al gobierno a pagar más por pedir prestado e incrementa el coste de financiación de bancos, empresas y de muchos hipotecados.
El escudo del BCE —que aún posee alrededor del 25% de la deuda francesa— ha contribuido hasta ahora a contener los nervios del mercado: aunque la institución no ha activado el Instrumento de Protección de la Transmisión (TPI, por sus siglas en inglés), diseñado para frenar repuntes desordenados en los diferenciales, Nadia Gharbi, economista para Europa de Pictet WM, reconoce que Lagarde puede seguir mostrando flexibilidad. Pero advierte: nada es gratis. Para optar a posibles intervenciones, “Francia deberá demostrar un firme compromiso con las reglas europeas, incluida la aplicación de medidas correctoras creíbles y eficaces”, sostiene.
En un discurso pronunciado en Viena el pasado fin de semana, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, alertó contra la tentación de convertir la política monetaria en antídoto para los problemas de deuda. A comienzos de mes, el líder de la extrema derecha gala, Jordan Bardella, llegó a sugerir la posibilidad de que el BCE reanudara las compras masivas de activos, una idea que ya había defendido un año antes su predecesora, Marine Le Pen.
El deterioro de las finanzas públicas, además de poner en riesgo la sostenibilidad de la deuda, ha despertado el recelo de las agencias de calificación. Mientras economías como España e Italia han visto cómo las firmas de rating reconocían sus esfuerzos de consolidación, Francia fue degradada. Fitch rebajó la nota del país vecino a A+, al tiempo que devolvía a España el rating perdido en 2012 (A, un escalón por debajo del francés). El pasado viernes fue el turno de Italia: Moody’s mejoró su calificación por primera vez en 23 años, pasando de Baa3 a Baa2, cinco escalones por debajo de la otorgada a Francia.
Germán García Mellado, gestor de renta fija en A&G Global Investors, recuerda que los recientes recortes apenas han alterado el pulso de los bonos franceses, que ya se movían con una prima superior a la española. Sin embargo, advierte que cualquier prórroga presupuestaria o la caída del Gobierno de Lecornu podría invertir esta aparente calma, haciendo subir las rentabilidades de la deuda. Para otros analistas, la perspectiva negativa de Moody’s funciona como una señal de alarma: cualquier desviación del déficit podría encender las alarmas y provocar un nuevo recorte en la calificación.
